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martes, 10 de noviembre de 2009

DEMOCRACIA EN APP CASA GRANDE

Democracia es un concepto popular y oscuro al mismo tiempo.

La palabra democracia se encuentra inscrita en casi todas las constituciones del mundo. Corea del Norte y Congo, dos países liderados por dictadores, se hacen llamar Repúblicas Democráticas. Existe un revista académica, el Journal of Democracy, dedicada exclusivamente a debatir sobre democracia. Y una de la razones esgrimidas por los Estados Unidos y Gran Bretaña para la guerra en Iraq fue la democratización del Medio Oriente.

Es quizá por esta proliferación del término democracia que su significado se ha vuelto intransparente. El significado básico de democracia es simple. Los individuos que conforman una colectividad, generalmente una sociedad, se pronuncian sobre un tema político. Aquella opción que recibe una mayoría de votos es la que se impone.

Pero, ¿cuál es el sentido de la democracia? ¿Por qué muchos afirman que la democracia es preferible a una dictadura benevolente y bien informada, mientras que otros sostienen exactamente lo contrario? El tema del mes de enero explora estas preguntas a propósito de la aparición del libro Democratic Authority, del filósofo David Estlund.

Democracia como un valor procedural

Una de las estrategias para justificar la democracia consiste en resaltar su valor procedural. Son pocos los temas políticos en los cuales todos estamos de acuerdo, y resulta difícil saber con certeza qué opción es la mejor. En este contexto de desacuerdo e incertidumbre, en donde opiniones encontradas pueden llevar a conflictos sociales, la democracia se ofrece como un procedimiento para resolver las diferencias de un modo procedural y no sustancial. Es decir, sin necesidad de decidir qué opción es la mejor.

Según esta estrategia, la democracia debe limitarse a cumplir un procedimiento claramente establecido. Debe contentarse con asegurar elecciones libres y universales, contar los votos de manera correcta, y pronunciar ganadora a aquella opción que obtiene la mayoría de votos.

Se trata de un procedimiento puro, pues en ningún momento son tocados los valores e intereses que están en juego. Al mismo tiempo, la democracia parecer ser un procedimiento imparcial y por ello justo. Al otorgarle a cada voto el mismo peso, la democracia no parece privilegiar los intereses de unos por sobre los de otros.

Pero el asunto no es tan simple. Si bien la democracia es imparcial en tanto asigna el mismo valor a todos los votos, la democracia es parcial en tanto privilegia los votos de una mayoría por sobre los votos de una minoría. ¿Por qué esta preferencia por la mayoría en un modelo supuestamente imparcial? Una respuesta podría ser: Porque a falta de mejores alternativas esta es la forma menos parcializada de tomar decisiones. Mejor privilegiar a una mayoría que privilegiar a la minoría.

Pero la respuesta es falaz. Claro que existe una alternativa cien por ciento imparcial: la lotería. Si realmente queremos llegar a una solución que no privilegie los intereses de unos (la mayoría) por sobre los de otros (la minoría) la solución ideal es la tómbola. ¿Alan García u Ollanta Humala? Que la suerte decida.

¿Por qué esta alternativa nos parece poco atractiva, por no decir pésima? La respuesta es simple. Porque no queremos dejar que el futuro del Perú sea una cuestión de suerte y de probabilidades. Queremos que se imponga la mejor opción o aquella que mejor represente nuestros intereses.

Con este simple argumento hemos ilustrado por qué la democracia no puede ser un valor meramente procedural. Al privilegiar los intereses de una mayoría la democracia renuncia a la imparcialidad absoluta. Como acábamos de ver, esta renuncia se justificaría si de alguna manera podemos mostrar que las decisiones de la mayoría suelen tener un valor epistémico (1). Los defensores de la democracia necesitarían demostrar, primero, que la mayoría puede llegar a conclusiones sensatas que contribuyen a separar las opciones buenas de las malas. Segundo, necesitarían demostrar que las decisiones mayoritarias son mejores que las de una minoría, mejores también que las de la lotería o de algún otro modelo. Ese otro modelo lo llamaremos “epistocracia”.

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